LA GENERACIÓN NI NI: NI ESTUDIA, NI TRABAJA, NI PROYECTA.
Dos de cada diez del total de seis millones de argentinos de entre 15 y 24 años no tiene ganas de nada. Muchos ya ni siquiera buscan empleo. El 80% vive en hogares pobres. Las razones del fenómeno según los especialistas. Testimonios de los ni-ni.
“Me levanto, toco la guitarra, después desayuno; si tengo que trabajar, me ocupo de esa obligación; hago la limpieza del hogar y me baño, escucho música, salgo a caminar por el barrio, almuerzo, escribo, tomo nota de la vida misma, consumo algún estupefaciente, me acuesto a dormir”, escribe un chico acerca de cómo es un día cualquiera de su vida. Se trata de uno de los 900 mil jóvenes de la llamada generación ni-ni: jóvenes que ni estudian, ni trabajan, ni buscan empleo. En la Argentina existen 3.253.000 de adolescentes de 15 a 19 años y 3.174.000 de jóvenes adultos de 20 a 24 años: en total, unos 6.427.000 de chicos que representan al 20% de la población total. De esos seis millones de adolescentes y jóvenes adultos, dos de cada diez no tiene ganas de nada. “Si uno antes se esforzaba, lograba estudiar y trabajar, el progreso no tenía límites. En cambio, ahora, los chicos observan que los padres o los abuelos trabajan o se esfuerzan mucho pero no ven ningún progreso”, dice Mariel Romero.
Romero y Guillermo Pérez Sosto son sociólogos y desarrollan investigaciones sobre los jóvenes desde hace más de treinta años: en la Cátedra Unesco sobre las Manifestaciones Actuales de la Cuestión Social y en el Centro de Estudios en Políticas Laborales y Sociales del Instituto Torcuato Di Tella. Desde esos espacios realizaron investigaciones cualitativas para determinar cuáles son las expectativas y deseos de los jóvenes que van de los 15 a los 24 años y a los que el mercado de trabajo les es esquivo. No sólo el mercado, también el esfuerzo, que economizan por miedo a la frustración. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó las conclusiones de su estudio Jóvenes y Trabajo Decente en la Argentina: “En la Argentina de la poscrisis de 2001, la problemática juvenil y la precariedad laboral ocupan el centro de la gravedad de la cuestión social”, apunta Pérez Sosto, que asegura que se trata de jóvenes que pertenecen a ese segmento de la población que se convirtió en irrelevante para el sistema capitalista porque antes eran explotados y hoy se los excluye. “Existe una fragmentación de los imaginarios sociales porque se quebró el mito del progreso”, dice.
En las estadísticas, a esos chicos se los denomina “inactivos absolutos” y son muy distintos de lo que en Europa llaman de la misma manera: jóvenes de una clase social apática. De este lado de mundo, los ni-ni pertenecen a sectores indigentes, pobres y vulnerables. “En la Argentina, surgen de un proceso de descomposición social, de una historia de degradación de la economía y de la sociedad de largo período, que supone la precarización del mundo del trabajo, la desprotección social y, por último, el abandono de niños y jóvenes. Un problema social contiguo al de nuestros ni-ni son los ‘precarios’ jóvenes, que abandonaron sus estudios y buscan trabajo, casi 500 mil, y los jóvenes que abandonaron sus estudios y trabajan en forma precaria o indigente están cerca del millón. Entre ambas categorías suman 1,4 millón de jóvenes sobreexpuestos, condenados a la precariedad perpetua y amenazados de invalidez social”, dicen Pérez Sosto y Romero.
“Yo terminé la secundaria en 2007: fue unos meses después de lo que debía, porque me quedaron un par de materias. Ya en quinto año, como estaba libre, empecé a trabajar como (agente de) seguridad de un templo judío. Después me anoté en el terciario de la ORT para hacer Análisis de Sistema y la verdad es que me bajé al mes y medio porque no me gustaba. Ahí me fui de nuevo a trabajar de lo mismo hasta que me echaron hace unos meses, en marzo, de un lugar donde me hicieron mil contratos temporales”, dice Pablo, que tiene 20 años y vive en la casa de los padres en Villa del Parque. “Ahora estoy sin trabajo y sin estudiar y la verdad es que es difícil. Mi CV está dentro de cuatro bolsas distintas y cuando me llaman es para laburos donde me ofrecen menos de mil pesos por mes, quedan muy lejos o son mil horas, y cuando me convocan para algo más específico, no tengo la suficiente experiencia ni los estudios que me piden”, cuenta Pablo, que se anotó en la carrera de Imagen y Sonido de la UBA y espera poder terminarla.
El 80% de estos jóvenes sin proyectos ni ilusiones vive en hogares pobres. Sólo el 8% de los ni-ni tienen un mejor pasar económico. Para todos, en definitiva, el progreso no existe: tienen una gran apatía, una grave crisis de participación, no creen en instituciones como la escuela o los sindicatos. En el 40 y el 50 % de esos chicos, el abandono escolar hace estragos. Ése es el primer paso –reconocen– para quedar afuera de todo. Una vez que dejan la escuela y salen a buscar trabajo, se encuentran con una realidad cruda: el 25 % no tiene empleo y la precariedad laboral de los puestos de trabajo a los que tienen acceso trepa al 62,2 %, cuando el índice para la población general es del 40 %. “Estos chicos no se interesan por nada: hay abandono a priori de la ciudadanía. No les interesa opinar ni votar, no quieren hablar de política, existe una profunda desafiliación y se caen, de ese modo, las redes de sociabilidad. Hasta el progreso se da como una forma individual. Niegan la eficacia de la acción colectiva”, dice Pérez Sosto.
El estudio realizado por los sociólogos recogió testimonios de jóvenes que relatan un día de sus vidas: “Me levanto, escucho la radio, desayuno, veo qué hay para hacer, salgo, estoy con mis amigos, cuando puedo salgo a buscar trabajo”, dice un ni-ni. Otro escribe: “Me lebanto, arreglo mis cosas, alludo en mi casa, si sale alguna changa la hago, osino beo la tele”(sic). Otro, más adelante, agrega: “Un día mío me levanto temprano, al medio día como, a la tarde juego a la pelota, buelbo, me pego un vaño y me voy con los pibes parai”(sic). En todo caso, todos se levantan.
Entre las mujeres –que son siete de cada diez de ese segmento– el problema no es la apatía, sino otro: abandonan la escuela o dejan de buscar trabajo cuando quedan embarazadas o tienen que cuidar a sus hermanos más chicos: “Me lebanto temprano, limpio mi casa y miro las nobelas” (sic), dice una chica. Otra enumera: “Me levanto, preparo el desayuno, organizo las cosas del colegio de mis hermanas, les hago el almuerzo, las llevo al colegio, limpio mi casa, las voy a buscar al colegio y las ayudo a hacer la tarea, después viene mi mamá y le hago mates y después cenamos y dormimos”.
“Existe una tendencia que marca que hay chicos que estén en un estado de adormecimiento. En las mujeres se ve un poco más la fantasía de la Bella Durmiente, donde alguien aparentemente las va a despertar en algún momento para llevarlas a un mundo distinto, en el que todo está solucionado. Estos estados mentales tienen relación con una falla de continencia durante el proceso adolescente por parte de la familia, y ésta, a su vez, no es contenida por la sociedad. El chico cae en una suerte de vacío de referentes. Puede reaccionar de distintas maneras, que van desde el chico un poco haragán hasta el que muestra una depresión profunda o también algunos que caen en psicopatologías muy severas como la psicosis, falta de inserción, adicción o la delincuencia. Un chico que no estudia ni trabaja puede ser alguien que está sufriendo mucho a pesar de la aparente pasividad. También puede sufrir una grave falta de motivación por un mundo que ofrece muy pocas garantías”, dice la médica psicoanalista y coordinadora del Comité de Psicoanálisis de Niños y Adolescentes de la Asociación Psicoanalítica Internacional (API), Virginia Ungar.
La mayor parte de los ni-ni, el 68,3%, no terminó la secundaria y la mayoría son mujeres: 73%. El embarazo adolescente es el primer factor para quedar afuera de todo. Grisel, 16 años y un hijo de un año y diez meses, asiente con la cabeza: “Yo me levanto a las ocho de la mañana y dejo dormir un rato más al nene. Después, a las nueve, lo levanto. Le doy un yogur y sigue toda la mañana. Se lo dejo a mi hermana y limpio la casa. Después, él duerme una siesta y si quiere jugar, lo dejo, si no mala suerte. Mientras él duerme, yo estudio un poco. Porque dejé la escuela un año cuando quedé embarazada y ahora la retomé a la noche”, dice. Su hermana fue la que insistió para que retomara la secundaria. Ahora va de seis a once de la noche, en pleno centro de Santa Fe. “Es que a la noche, la escuela no es lo mismo que a la mañana o a la tarde, hay cosas que no te enseñan o problemas, como gente que se droga. Yo tuve uno cuando unos chicos me quisieron pegar y me asusté mucho”, dice la joven, que busca trabajo y no encuentra. “Me piden el título secundario y no les importa que estoy en el último año. También que tenga horario de mañana y tarde y si les digo que tengo un hijo, menos me toman. Si te dan trabajo, te pagan veinte pesos por doce horas”, cuenta.
Ana Miranda dirige el programa de Investigaciones de Juventud de Flacso. En uno de sus últimos trabajos, “Educación secundaria, desigualdad y género en Argentina”, retrata a los ni-ni: “Más del 20% de los jóvenes que no estudia ni trabaja se encuentra en una situación que se denomina como de ‘domesticidad excluyente’, en referencia a su escasa participación en ámbitos públicos, de carácter educativo o laboral. Este fenómeno, que no es nuevo, tiene implicancias más significativas en el contexto social contemporáneo en donde el abandono escolar temprano y la baja participación en el mercado laboral generan amplias dificultades frente a la obtención de ingresos, perpetuando la vulnerabilidad de las mujeres en estos grupos sociales”.
La incertidumbre, la apatía y la desilusión son moneda corriente entre estos jóvenes. Sin embargo, la psicóloga Ungar opina que la situación se puede revertir: “No tengo una visión tan pesimista. Si estos chicos son escuchados, con ayuda terapéutica y un trabajo interdisciplinario, pueden arrancar”.
OPINIÓN
Una derivación de la exclusión de los 90
Mario Margulis (Sociólogo)
Los jóvenes son el futuro de la nación. Que haya cientos de miles de jóvenes que no estudian ni trabajan supone una pérdida insalvable para la sociedad. Se trata de una triple exclusión: de la enseñanza, de la capacitación laboral, de la esperanza en la propia vida; quedar afuera de las instituciones socializadoras: la escuela, el trabajo, a veces de la familia. La cultura y las habilidades sociales necesarias para incorporarse como miembro adulto de la sociedad se adquieren en esas instituciones que transforman al niño en ciudadano apto para desenvolverse en la sociedad. Las instituciones de enseñanza, los lugares de trabajo y la familia brindan al niño y al adolescente los recursos para moverse competentemente en el medio social. La escuela no sólo trasmite conocimientos, inicia al niño y al adolescente en los códigos de la convivencia, en el respeto recíproco y en los matices del trato mutuo. El taller y la fábrica adiestran en las habilidades y disciplinas del trabajo, pero también enseñan destrezas sociales y aportan en la construcción de la identidad. ¿Qué queda para el joven excluido de estas instituciones, que no trabaja, no estudia y tiene un hogar problemático? La calle, el grupo de pares, otros jóvenes como él igualmente a la deriva, vulnerables a la droga, a las tentaciones fáciles, a la estigmatización, al delito e incontables riesgos.
En nuestro país el problema de estos jóvenes excluidos proviene de las políticas de los años 90 que generaron pobreza y desempleo. Ha habido después esfuerzos públicos importantes, pero el problema permanece y sus cifras son cuantiosas. Las políticas públicas deben ser concertadas y eficientes. Las instituciones de enseñanza deben contar con más recursos y tornarse no sólo más actualizadas y eficaces, también más atractivas y promisorias. También favorecer el empleo juvenil, apelando a becas y subsidios. Así los jóvenes dejarán de ser considerados un peligro del que hay que defenderse con murallas, armas o leyes y podrán volver a ser vividos como potencialidad, futuro y esperanza.
Garantizar educación de calidad para todos
Delia Méndez (Coordinadora del área de Educación de Jóvenes y Adultos del Ministerio de Educación de la Nación)
En nuestro país, una parte de la población joven no está incorporada al sistema educativo y tampoco al mundo del trabajo. Por eso, desde la Dirección de Educación de Jóvenes y Adultos del Ministerio de Educación de la Nación desarrollamos políticas públicas orientadas a la creación de empleo y a formar personas con mejores capacidades técnicas y sociales. Creamos en 2008 el Plan Nacional de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios para Jóvenes y Adultos (Fines), mediante el cual unas 200 mil personas se inscribieron para completar sus estudios y ya se recibieron más de 61 mil estudiantes. El Plan brinda tutorías y capacitación a los equipos docentes y provee libros de texto, útiles y equipamiento a los alumnos y las instituciones participantes.
Otra estrategia de inclusión de los sectores más vulnerables consiste en el Programa Educación Media y Formación para el Trabajo para Jóvenes, financiado por la Unión Europea y con presupuesto del Ministerio de Educación nacional. Fue diseñado para promover la finalización de la educación secundaria y la capacitación laboral de jóvenes de 18 a 29 años que no estudian ni trabajan. Esta acción complementa las líneas de intervención tendientes a garantizar la obligatoriedad de la Educación Secundaria, establecida por la Ley de Educación Nacional 26.206.
A través de este Programa se brinda asistencia técnica a la gestión institucional; equipamiento informático y multimedial para las sedes de Educación de Jóvenes y Adultos y para los centros de Formación profesional; capacitación a docentes e instructores de estas áreas; oferta de educación secundaria semipresencial articulada a la Formación Profesional; provisión de material pedagógico a docentes y alumnos, y becas de inclusión y retención. En suma, buscamos garantizar el derecho a una educación de calidad para todos los argentinos.
Sin adultos como modelo
Daniel Schmukler (Psicoanalista y especialista en adolescentes. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA))
¿Cómo explicar esta particular afección, caracterizada por el “ni trabajan, ni estudian, ni buscan trabajo”, a lo cual yo agregaría: ni les interesa la política, ni la realidad social, ni siquiera demasiado el sexo? Es importante no cometer el error de pensar o comparar la adolescencia actual con aquellas vividas por los que hoy somos adultos. Si bien la adolescencia “adolece” de conflictos universales que vemos repetirse a través de las distintas generaciones, estos conflictos son atravesados en cada generación por los imperativos y mandatos culturales del momento.
Así, hemos dejado de lado otras adolescencias: la del “haga el amor, no la guerra”, la de los ideales en pos de un mundo mejor, incluso la más moderna de la carrera por el enriquecimiento rápido y a toda costa. El problema es que estos imperativos hoy han caducado, y no han sido reemplazados. Y acá entramos en escena los adultos. Los adultos hemos dado un paso al costado como modelos de algo interesante, apasionante a qué aspirar. Los adultos nos hemos convertido en escépticos, descreídos, algo cínicos, desconfiados, ser nosotros eternos jóvenes. Como si fuera poco, mostramos cómo el trabajo y los ahorros de años, logrados gracias al estudio y el esfuerzo laboral, pueden desaparecer de la noche a la mañana en una maraña de escándalos y fraudes.
Entonces, ¿cómo puede entusiasmarse un joven detrás de un proyecto que implique a la vez un esfuerzo, y la paciencia y la tenacidad para sostenerlo a través del tiempo? No tengo yo una respuesta. Sí creo que tenemos que dejar de etiquetar a los adolescentes con categorías “marketineras”, dejar de observarlos como si fueran habitantes de otro planeta, y comprometernos más en un diálogo que les permita volver a creer en que los cambios son posibles