viernes, 13 de enero de 2012

FAMILIA GILL, 10 AÑOS DE IMPUNIDAD.

El 13 de enero de 2002 fue la última vez que vieron a la familia desaparecida. En octubre del año pasado, se amagó con unas excavaciones en unos viejos aljibes en un campo lindero a la estancia donde trabajaban y vivían, pero resultaron negativos. Fue el último intento de que algo se pueda saber.

 

Un caluroso día del mes de abril del año 2002, un hombre se presentó en el Diario UNO y habló con una recepcionista: le dijo que le avise a un periodista que habían asesinado y enterrado a una familia entera en un campo de Viale. Se retiró y no se lo volvió a ver. Los periodistas trataron de rastrearlo, pero su extraña aparición hacía algo incrédula semejante noticia.

Unos días después se conoció una denuncia en la Justicia de Nogoyá por la averiguación del paradero de un matrimonio y sus cuatro hijos, que vivían y trabajaban en un campo de Crucecitas Séptima (cerca de Viale, pero en otro departamento). En poco tiempo los cabos se unieron y empezó el caso conocido como la desaparición de la familia Gill Gallego, sin precedentes en la historia criminal de Entre Ríos, que demostró la ineficacia del Estado en la investigación y búsqueda de seis personas, con oscuros pasajes que truncaron el camino a la verdad.

Hoy se cumplen 10 años de la última vez que fueron vistos con vida Rubén José Gill, de 56 años, Norma Margarita Gallego, de 26, y sus cuatro hijos, María Ofelia, de 12, Osvaldo José, de 9, Sofía Margarita, de 6 y Carlos Daniel, de 3, en el velorio de Máximo Vega, un conocido en la ciudad de Viale. Desde entonces se disfrazó de “misterio” lo que fue el fracaso de la investigación.

Sólo sus familiares y algunos vecinos mantienen el reclamo por el esclarecimiento del caso. En abril del año pasado un grupo de personas realizó una marcha frente al Juzgado de Nogoyá, donde pidieron “que el caso se esclarezca”. Sin embargo, nadie los recibió. En octubre, se amagó con unas excavaciones en unos viejos aljibes en un campo lindero a la estancia donde trabajaban y vivían, pero resultaron negativos.Fue el último intento de que algo se pueda saber.

En aquella movilización, una vecina sostenía un cartel que pedía: “Investigar a Alfonso Goette”, en dueño de la estancia La Candelaria, patrón de Mencho Gill y su familia. En aquella ocasión, María Adelina Gallego, hermana de la hermana de la mujer desaparecida, dijo a UNO: “Tienen que traerlo al patrón para que declare. Él tiene mucha responsabilidad, tiene que saber qué les pasó. No va a desaparecer una familia de un día para el otro”.

Paso a paso y puntos oscuros
El 13 de enero de 2002 los seis integrantes de la familia fueron vistos con certeza por última vez. A mediados de marzo, Otto Gill, hermano del Mencho, intentó comunicarse con ellos, pero no hubo respuesta. Luisa, otra hermana, viajó hasta Crucecitas Séptima. Allí el patrón Alfonso Goette le dijo que no sabía nada, y radicó la exposición policial.

La causa fue caratulada al principio, por el juez Jorge Gallino, como Averiguación de paradero. El primer allanamiento que ordenó fue 18 meses después, el 10 de julio de 2003. Otro fue sucesivamente postergado por “inclemencias climáticas”: del 29 de julio de 2003 se pasó al 5 de agosto, y se pospuso para el 13 del mismo mes.

“En el rastrillaje toda la gente del campo vio que no se hizo nada, que Alfonso Goette les carneó una vaquilla y les dio de comer a los policías y que los perros no participaron de la búsqueda”, relató Adelina Gallego en una entrevista con el periodista de UNO, Néstor Bellini, hace seis años.

Elvio Garzón fue el primer abogado de Otto Gill, quien tuvo varios altercados para poder constituirse como querellante. Los familiares afirmaron que no eran atendidos por el juez.

El dueño de una gomería, José Domingo Haller, apareció luego como nuevo testigo: dijo que vio a la familia cuando le llevó un Chevrolet Súper azul a reparar una rueda, y que allí le comentaron que viajaban a Corrientes. La procedencia del auto nunca se pudo establecer, y todos sabían que los Gill no tenían vehículo y siempre se manejaron en remís.

El celular de la familia, de la empresa de telefonía CTI, continuó activado hasta abril de 2003, 15 meses más después de la desaparición.


Los análisis de algunas pruebas levantadas en el lugar, como manchas de sangre o insectos que serían de la fauna cadavérica, no arrojaron resultados auspiciosos, porque el tiempo transcurrido lo impidió.

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