sábado, 9 de mayo de 2009

AUNQUE CRISTINA LO NIEGUE LA POBREZA ESTÁ.

ARGENTINA UN PAÍS POBRE Y UNA DIRIGENCIA RICA.
La Argentina vive la peor crisis económica de su historia, con mas de la mitad de la población por debajo de la línea de pobreza, niveles desconocidos de marginación laboral, quiebra del aparato productivo, cesación de pagos externa y colapso del sistema financiero. Ha dejado de ser el alumno modelo del FMI y el ejemplo a seguir por otras naciones en desarrollo para convertirse en la peor experiencia del periodo de posguerra. Es mas, muchos argentinos dudamos poder salir de este abismo que no parece tener fin, al que nos condujeron en forma progresiva los gobiernos que se sucedieron en las últimas décadas.


El generalizado repudio de la población respecto de la dirigencia política y económica de los últimos 30 años responsables por acción, ineficacia u omisión de la situación actual, se expresa en el difundido que se vayan todos, que identifica a cacerolazos, escraches, marchas de desocupados y piqueteros, así como en las legiones de jóvenes que abandonan el país.

Paradigma y expresión patética de la conducta de esa clase dirigente son las dos principales figuras políticas surgidas tras la sangrienta dictadura militar de los 70: Alfonsin y Menem. Ambos llegaron al poder envueltos en las mejores banderas del radicalismo y peronismo, la democracia, el respeto por las libertades públicas y la reivindicación de los derechos humanos, en un caso, y la defensa del trabajo y la producción nacional, el desarrollo regional y la justicia social, en el otro. Sin embargo, ambos terminaron involucrados con lo peor y más desdeñable de cada uno de esos movimientos, priorizando intereses corporativos o individuales y traicionando la fe publica depositada en ellos.
Desde nuestro punto de vista, en Argentina se ha desarrollado un tipo de capitalismo prebendario y antiindustrial fundado sobre privilegios institucionales, al que sería mas propio calificar de modelo de "capitalismo mafioso" y de economía de saqueo", de atenernos a la forma como se llevo a cabo la expropiación de la propiedad pública. En la consolidación de este modelo ha jugado un rol sustancial el Estado a través de la entrega de recursos, concesión de servicios, canalización forzosa del ahorro y desmantelamiento de redes de protección a la industria nacional. Los favorecidos han sido, por un lado, una camarilla de pseudoempresarios beneficiarios directos de las reformas -la llamada patria contratista- y, por otro, sectores económicos del exterior, que han aprovechado de la desindustrialización y el desmantelamiento del aparato productivo.

En la Argentina de hoy, el mercado y la competencia funcionan casi exclusivamente en determinados sectores y al nivel de pequeñas y medianas empresas mientras que en el resto de la economía predominan monopolios y oligopolios surgidos de contratos o concesiones leoninas hechos con el Estado.

El desafío consiste, justamente, en cambiar el modelo actual y establecer un capitalismo de producción y competencia, lo cuál requiere de un Estado activo que lleve a cabo las transformaciones institucionales necesarias.
¿Estamos frente a un cambio de modelo? ¿Son idóneas las medidas de política económica adoptadas por la gestión Duhalde-Remes para revertir la crisis?

En primer lugar, el Gobierno no esta haciendo nada para cambiar el modelo vigente y reorientar el rol del Estado en la economía, promoviendo un capitalismo competitivo, sustentado en la industrialización y la mejora en la distribución de ingresos. Por el contrario, la inflación generada por la devaluación ha deteriorado el poder adquisitivo de la población profundizando la crisis y acentuando el carácter excluyente del modelo.

La más importante de las medidas adoptadas, el abandono de un sistema de tipo de cambio fijo por otro de flotación sucia, medida impulsada por el FMI y sectores vinculados a la producción de bienes exportables, produjo una fuerte devaluación del peso que ha sumado un nuevo problema a los ya existentes, la inflación. La recesión con deflación se ha transformado en depresión con inflación.

Las claves para interpretar la coyuntura y no confundirse con las marchas y contramarchas del Gobierno se encuentran en el programa económico que impulsa el FMI. La mayor preocupación del Fondo es obtener superávit en las cuentas externas de Argentina, es decir, la generación de saldos positivos en la balanza comercial para hacer frente a los compromisos financieros derivados del endeudamiento y las remisiones de utilidades generadas por las inversiones externas radicadas en el país. Todo ello manteniendo o, de ser posible, reduciendo los aranceles a la importación vigentes, objetivo estratégico de EEUU y el mundo industrializado.

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