Hace medio siglo Vivian Trías escribe en la introducción de “Las montoneras y el Imperio Británico”: “El 1º de Mayo de 1961 el Partido Socialista levantó en la Plaza Libertad una tribuna, que se constituyó en la `piedra del escándalo’ de la vida política uruguaya. Un gran retrato de José Artigas la presidía y, en un plano algo inferior, se colocaron retratos de Patrice Lumumba y Fidel Castro.
La oligarquía puso el grito en el cielo. Su prensa y sus servidores lanzaron al viento las trompetas de su indignación. Se pretendió que el decoro nacional había sido ofendido y que la memoria del prócer había sido profanada.
Pocas veces, en los últimos años, la oligarquía acusó un golpe de modo tan estridente y violento. La Casa del Pueblo fue atacada con una bomba incendiaria y lo mismo se pretendió hacer con la propia tribuna. Dirigentes políticos encumbrados clamaron contra el `atropello’ y exigieron una drástica intervención.
El público se arremolinó en múltiples discusiones callejeras y, ante el asombro y la alarma del régimen, mucha gente defendió la actitud de los socialistas. La militancia cuidó celosamente su tribuna y el mitin se realizó con un éxito superior a todas las conferencias organizadas por el Partido, desde las elecciones de 1958.
Es un episodio singular y llamado a tener enorme trascendencia en el futuro. En él se transparenta la importancia fundamental de sustentar la política en el desarrollo histórico. Demuestra que la historia es un proceso dialéctico e ininterrumpido, que no admite soluciones de continuidad, que nadie está habilitado para `borrar y empezar de nuevo´; que solo apoyándose en las seculares luchas de las masas populares se puede erigir una doctrina y una estrategia destinada a liberar al pueblo de la explotación oligarca y el sometimiento imperialista.
Al pueblo uruguayo se le ha aderezado una imagen deformada, falsa y comprometida del Protector de los Pueblos Libres. Se le presenta como una especie de santo laico de espada inmaculada y generosidad ilimitada al servicio de la mera independencia política, al margen de la lucha de clases. Un símbolo aséptico e irreal, capaz de unir en su culto a explotadores y explotados. Un símbolo deshumanizado, despojado de sus vivas significaciones, para ubicarlo en el altar donde los obreros deben deponer su rebeldía, los peones su protesta, los necesitados su reclamo en aras de un ideal de ´patria’ que, en cambio, rinde suculentos dividendos a las sociedades anónimas y al capital extranjero. Para ello se ha escamoteado o minimizado lo sustancial del artiguismo”.
El devenir del tiempo ha reservado a los historiadores de izquierda sorpresas positivas y negativas. Entre las primeras, se destaca que tan solo 10 años después de esa introducción, el Frente Amplio, sustentado en el ideario artiguista, hizo su irrupción política. Entre las segundas, que al conmemorarse los doscientos años del inicio de la Revolución Oriental, se siga presentando a Artigas como el santo laico capaz de unir en su culto a explotadores y explotados, y que ese culto cuente con la complicidad del gobierno y con la incomprensión del significado de esa Revolución de amplios sectores populares.
A Artigas se le sigue presentando como el padre de la “nacionalidad oriental”, desconociendo que rechaza el ofrecimiento de Buenos Aires de reconocer “la independencia de la Banda Oriental” (misión Pico-Rivarola, 1815), reiterando que la Banda Oriental se siente parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata. O que con 80 años acepta ser instructor del ejército paraguayo pero renuncia al conocer que enfrentaría al ejército de Rosas, en pelea fratricida. Hoy, ¿se puede ser artiguista y rechazar los acuerdos políticos del Mercosur u oponerse a la aprobación de la Unasur?
Se sigue desconociendo o minimizando que Artigas prohibió enseñar al maestro Pagola por ser contrarrevolucionario o fusiló a Genaro Perugorría por traicionar la causa del pueblo. ¿Se puede ser artiguista y pretender echar un manto de olvido al crimen aún no reconocido contra el pueblo, en cumplimiento de una Doctrina de la Seguridad Nacional, gestada por el imperialismo para acrecentar su explotación?
Se le reconoce partidario de la justicia social y se reitera su pensamiento de que “los más infelices sean los más privilegiados”, mantenido con especial vigor durante su reforma agraria, presentada como el Reglamento Provisorio para la Campaña de 1815. ¿Se puede ser artiguista hoy aceptando el proceso de concentración y extranjerización de la tierra y de los medios de producción y de cambio?
Así como las clases populares en especial, los trabajadores combaten al poder económico y político del gran capital, deben librar también la batalla ideológica contra la derecha revestida de posmodernidad y sus historiadores funcionales dedicados a ignorar la lucha de clases y lo que representa Artigas en ella.
Artiguista, igual que ayer, es solo quien lucha contra el sistema de dominación, quien defiende la Patria Grande de Nuestra América, quien pelea por un Estado fuerte enfrentado al bloque del capital trasnacional, quien plantea el problema de la propiedad tendiente a nacionalizar los recursos básicos, a poseer fuertes empresas estatales, y a formas autogestionarias y colectivas de propiedad.
Por Julio Louis, historiador, para La República de Montevideo
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