Fue en un “viaje iniciático”, en 1967. La precandidata presidencial de Proyecto Sur fue campeona de natación y compañera del Negro Fontanarrosa, “un perro de agua”. “Niña bien” de Rosario, su partida de nacimiento decía que era hija “de padre soltero y madre desconocida”.
Llegó al peronismo en los 60, fue militante de “la resistencia”, ayudó a difundir clandestinamente La hora de los hornos y tuvo una serie de entrevistas con Juan Domingo Perón en 1970, en el exilio. Pero antes fue campeona de natación y niña bien de Rosario, tuvo un padre que pudo darse el lujo de ser “un médico playboy” y una madre “mezcla de Susanita y Simone de Beauvoir” que le dejaron una original partida de nacimiento que decía que era “hija de padre soltero y madre desconocida”.
Alcira Argumedo, la precandidata presidencial de Proyecto Sur, tiene una larga amistad con Fernando Pino Solanas, a quien le debe, además, el que se le haya cumplido “el sueño de la piba”… que no fue la postulación a la Rosada sino el que por fin, después de cumplidos los 60, pudo tener su propia yegua, que se llama Bandida y está en el campo del cineasta. “Yo siempre quería tener un caballo, pero mi viejo les tenía miedo y nos había comprado una bicicleta con motor”, cuenta hoy.
“Mi viejo –recuerda con humor- era médico, pero médico playboy. El abuelo tenía mucha plata y le había dejado una herencia especial. Hasta los 38 años nunca trabajó y tardó 18 años en estudiar medicina porque, según él, no tenía tiempo. Y no tenía tiempo porque tenía un biplano y quería practicar porque él hacía siete tirabuzones y el campeón hacía uno más; además tenía que remontar el Paraná hasta el Amazonas para ver dónde nacía; y tenía que ir a ver dónde estaban Lulu, Frifri, etcétera”.
Ese médico playboy, a los 38, se enamoró. “Mi madre pensaba como Susanita pero actuaba como Simone de Beauvoir; era separada, con tres hijas y se junta con mi viejo. Después de mucho tiempo, la convencí de que me diera mi partida de nacimiento original, porque tengo otra muy elegante. Y ahí aparecía como hija de padre soltero y madre desconocida. Eran dos tipos espectaculares”, dice la candidata rosarina.
Desde “los 12 o 13 años y hasta los 19”, compitió en natación en un equipo en el que también estaba el por entonces “negrito” Roberto Fontanarrosa. “Yo era la campeona y él era un perro de agua. Nunca había registrado que ‘el negrito’ era ‘el Negro’. Como 30 años después, estamos en una mesa redonda. Uno me lo presenta y me dice ‘¿Lo conocés a Fontanarrosa?’; ‘No, mucho gusto’, le contesto; y me dice ‘Hija de mil, ¿que te hice?, ¿no te acordás de mí, vos que eras mi ídola?’, entonces le respondí: ‘No me digas que vos eras el negrito Fontanarrosa. Ahora está saldada esta cuenta porque vos sos mi ídolo y yo soy una fracasada’”.
Hasta entonces, tenía, según ella misma describe, “esa cosa más bien frívola de niña bien” y se divertía navegando, haciendo esquí acuático o montando a caballo con sus amigos. Pero una de las tantas crisis argentinas la hizo emigrar a Buenos Aires porque integraba el equipo argentino de natación y la única pileta climatizada de Rosario no funcionaba. La mudanza, las nuevas compañías y la Facultad de Filosofía y Letras la llevaron a descubrir el peronismo de esos años, el de la resistencia.
De esa década de revolución cultural y política data el que ella describe como su “viaje iniciático”. “Fue en el 67, por Bolivia, Perú y el sur de Ecuador. Para llegar a Potosí teníamos que hacer 200 kilómetros en la caja de un camión. Salimos a las 7 de la tarde, a las 12 de la noche pararon y nos dijeron que si los ayudábamos no nos cobraban. Había que cargar contrabando: jabón en polvo y otras cosas. Entonces pusieron el contrabando, una lona y nosotros. A las 6 de la mañana del día siguiente, taparon el contrabando con cebolla cruda. Entonces venía el contrabando, la cebolla, la lona y nosotros arriba. Hasta que se largó a llover, y entonces venía el contrabando, la cebolla, nosotros y la lona arriba. A la noche siguiente, entre inundaciones y precipicios, una amiga me decía ‘No te duermas porque nos vamos a morir’, y yo le decía ‘Prefiero morirme dormida’”. Eso sí, recuerda la experiencia con un cariño especial.
Argumedo cocina “de todo un poco”, y aunque hace más recetas hogareñas (“milanesas, pastel de carne, pollo”) que gourmet, asegura que su especialidad son “las pechuguitas a la Alcir, salteadas, con crema y un poco de vino, que son exquisitas”, pero se niega a dar la receta.
Profesora universitaria –en los 60 fue una de las creadoras de las Cátedras Nacionales sobre el pensamiento de San Martín, Artigas, Bolívar y Perón, entre otros-, lee mucho y trata de estar al día con lo académico, pero también le gusta la ficción, en particular Gabriel García Márquez “y el tan discutido (Mario) Vargas Llosa”.
Los primeros músicos que nombra son clásicos entre los clásicos: Bach, Vivaldi, Schubert. Pero agrega: “Serrat y los Beatles, ni hablar, son fundamentales y forman parte constitutiva de una generación”. Abandonó la guitarra cuando el cigarrillo y las clases hicieron que la voz, según ella, no le diera más.
Además de nadar, jugó al voley, pero lo que le gusta es andar a caballo. Y es bastante fanática del fútbol: “Estoica de Rosario Central. Mi tesis es que el estoicismo del Che Guevara y del mismo Fontanarrosa es porque eran de Rosario Central”.
Alcira Argumedo, la precandidata presidencial de Proyecto Sur, tiene una larga amistad con Fernando Pino Solanas, a quien le debe, además, el que se le haya cumplido “el sueño de la piba”… que no fue la postulación a la Rosada sino el que por fin, después de cumplidos los 60, pudo tener su propia yegua, que se llama Bandida y está en el campo del cineasta. “Yo siempre quería tener un caballo, pero mi viejo les tenía miedo y nos había comprado una bicicleta con motor”, cuenta hoy.
“Mi viejo –recuerda con humor- era médico, pero médico playboy. El abuelo tenía mucha plata y le había dejado una herencia especial. Hasta los 38 años nunca trabajó y tardó 18 años en estudiar medicina porque, según él, no tenía tiempo. Y no tenía tiempo porque tenía un biplano y quería practicar porque él hacía siete tirabuzones y el campeón hacía uno más; además tenía que remontar el Paraná hasta el Amazonas para ver dónde nacía; y tenía que ir a ver dónde estaban Lulu, Frifri, etcétera”.
Ese médico playboy, a los 38, se enamoró. “Mi madre pensaba como Susanita pero actuaba como Simone de Beauvoir; era separada, con tres hijas y se junta con mi viejo. Después de mucho tiempo, la convencí de que me diera mi partida de nacimiento original, porque tengo otra muy elegante. Y ahí aparecía como hija de padre soltero y madre desconocida. Eran dos tipos espectaculares”, dice la candidata rosarina.
Desde “los 12 o 13 años y hasta los 19”, compitió en natación en un equipo en el que también estaba el por entonces “negrito” Roberto Fontanarrosa. “Yo era la campeona y él era un perro de agua. Nunca había registrado que ‘el negrito’ era ‘el Negro’. Como 30 años después, estamos en una mesa redonda. Uno me lo presenta y me dice ‘¿Lo conocés a Fontanarrosa?’; ‘No, mucho gusto’, le contesto; y me dice ‘Hija de mil, ¿que te hice?, ¿no te acordás de mí, vos que eras mi ídola?’, entonces le respondí: ‘No me digas que vos eras el negrito Fontanarrosa. Ahora está saldada esta cuenta porque vos sos mi ídolo y yo soy una fracasada’”.
Hasta entonces, tenía, según ella misma describe, “esa cosa más bien frívola de niña bien” y se divertía navegando, haciendo esquí acuático o montando a caballo con sus amigos. Pero una de las tantas crisis argentinas la hizo emigrar a Buenos Aires porque integraba el equipo argentino de natación y la única pileta climatizada de Rosario no funcionaba. La mudanza, las nuevas compañías y la Facultad de Filosofía y Letras la llevaron a descubrir el peronismo de esos años, el de la resistencia.
De esa década de revolución cultural y política data el que ella describe como su “viaje iniciático”. “Fue en el 67, por Bolivia, Perú y el sur de Ecuador. Para llegar a Potosí teníamos que hacer 200 kilómetros en la caja de un camión. Salimos a las 7 de la tarde, a las 12 de la noche pararon y nos dijeron que si los ayudábamos no nos cobraban. Había que cargar contrabando: jabón en polvo y otras cosas. Entonces pusieron el contrabando, una lona y nosotros. A las 6 de la mañana del día siguiente, taparon el contrabando con cebolla cruda. Entonces venía el contrabando, la cebolla, la lona y nosotros arriba. Hasta que se largó a llover, y entonces venía el contrabando, la cebolla, nosotros y la lona arriba. A la noche siguiente, entre inundaciones y precipicios, una amiga me decía ‘No te duermas porque nos vamos a morir’, y yo le decía ‘Prefiero morirme dormida’”. Eso sí, recuerda la experiencia con un cariño especial.
Argumedo cocina “de todo un poco”, y aunque hace más recetas hogareñas (“milanesas, pastel de carne, pollo”) que gourmet, asegura que su especialidad son “las pechuguitas a la Alcir, salteadas, con crema y un poco de vino, que son exquisitas”, pero se niega a dar la receta.
Profesora universitaria –en los 60 fue una de las creadoras de las Cátedras Nacionales sobre el pensamiento de San Martín, Artigas, Bolívar y Perón, entre otros-, lee mucho y trata de estar al día con lo académico, pero también le gusta la ficción, en particular Gabriel García Márquez “y el tan discutido (Mario) Vargas Llosa”.
Los primeros músicos que nombra son clásicos entre los clásicos: Bach, Vivaldi, Schubert. Pero agrega: “Serrat y los Beatles, ni hablar, son fundamentales y forman parte constitutiva de una generación”. Abandonó la guitarra cuando el cigarrillo y las clases hicieron que la voz, según ella, no le diera más.
Además de nadar, jugó al voley, pero lo que le gusta es andar a caballo. Y es bastante fanática del fútbol: “Estoica de Rosario Central. Mi tesis es que el estoicismo del Che Guevara y del mismo Fontanarrosa es porque eran de Rosario Central”.
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