Oscar Alfredo Dezorzi, más conocido como el Ruso Pablo, era militante barrial en Gualeguaychú y activo colaborador del Movimiento Tercermundista. Fue detenido y desaparecido el 10 de agosto de 1976. Tenía entonces 25 años, ocho meses de casado y un bebé de cinco meses. Su madre, Teresita Giacopuzzi, emprendió la búsqueda incansable de los pañuelos blancos. Hoy, 35 años después, aún recuerda la mirada de su hijo cuando lo sacaron de la casa; reniega del tiempo que se perdió mientras los asesinos disfrutaban de la vida; pero se reconoce tranquila y ya no llora.
Se tardó mucho. Los asesinos vivieron muchos años disfrutando, mientras nosotras hacíamos rondas y pedíamos por los hijos. Ahora estoy tranquila, ya no lloro por él.
Oscar me contaba, era confidente conmigo, yo sabía que él estaba complicado. Ese día que golpearon en mi casa, sabía que eran ellos. Eran alrededor de las 4, pleno invierno, en agosto, y él estaba engripado. Yo sabía cuando golpearon la puerta que eran ellos. Lo sacaron en ropa interior y le llevaron el documento. Mi hija levantó la persiana y vio que lo cargaban en un auto.
La imagen que más recuerdo es su mirada cuando se lo llevaban. Él se había casado hacía ocho meses y tenía un bebé de cinco meses. Yo le había dicho: “Ahora que te casaste, dejá, estás en peligro”. Y él me respondió: “Ahora más que nunca, porque si no es mi hijo, mis nietos o mis bisnietos podrán ver lo que hice”.
Desde entonces empezamos a buscarlo. Primero en Concepción del Uruguay. Ahí un oficial nos dijo que lo habían llevado a Paraná y hasta allá fuimos con mi hija. El primero que se movió fue mi otro hijo. El Padre Julio Metz, que era el párroco de la Capilla del Carmen en Paraná y a su vez era capellán del Ejército, le dio dos veces informes de Oscar, le dijo que lo había visto, que había hablado con él y que lo habían llevado a Coronda. Entonces mi hijo fue. Pero después lo empezaron a amenazar y yo no quise más que averiguara él. Le dije ahora voy a andar yo. Y empecé con las Madres a hacer cartas y pedir a uno y otro, a otros países.
Todas las semanas iba a Tribunales. En esa época el juez de Instrucción de Gualeguaychú era Toller. Él no quería hacer un Habeas Corpus porque consideraba que de hacerlo, si estaba vivo lo iban a matar. Muchos dicen que Toller no hizo nada, pero a mí me daba tranquilidad hablar con él, por lo menos me escuchaba, me daba esperanzas.
Ahora se habla de lo que pasó, se conoce. Antes nos miraban mal, era el guerrillero, pasaba que hasta familiares lo tenían como un delincuente; y uno se sentía mal porque sabía por lo que él luchaba. Hay familiares así, como hay muchos que nos acompañaron y a los que les agradezco tanto, porque fueron momentos muy difíciles.
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